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sábado, 21 de febrero de 2015

Estoy fallado...




Estoy fallado, no hay otra.
Resulta que hay un “algo” que me falta, que no está, que no tengo. No puedo asegurar que nunca lo haya tenido. No puedo decir si alguna vez lo tuve y después lo perdí o si, simplemente, nunca lo tuve.
Hay un tipo de pasión (¡mierda!, sorprendente la definición en el Diccionario de la lengua española, www.rae.es), apasionamiento, que no tengo. O que perdí. O no sé.
No me gusta el fútbol (lo que no es una novedad), pero tampoco  siento mucha inclinación a ningún deporte. Pero así como con el deporte, me pasa con muchas otras cuestiones: la política (que no sólo no me apasiona sino que me genera un grandísimo rechazo como consecuencia de los políticos), los artistas (músicos, actrices, actores, Etc.)… Y por esto es que no siento lo que sienten los fanáticos.
¿Sangre de horchata? MMMMMMMMMMMMMMMMno sé. A mí me parece más un cúmulo de decepciones, desestimación absoluta de probables ídolos, altas dosis de acidez y un sarcasmo afiladísimo. Y quizá la verificación empírica de una frase típica de mi viejo “NO SEAN PELOTUDOS ÚTILES” (o mi interpretación de ésta) que puede haber aportado lo suyo. O soy yo, que le otorgo a todo lo anterior la entidad suficiente como para deshacerme del fanatismo, o ese tipo de pasión parecida al fanatismo.
Veo a los fanáticos de equipos de fútbol y me cuesta entender el funcionamiento de la cuestión. No critico ni cuestiono, pero no entiendo el mecanismo. Pienso en que el “hincha” paga la cuota de socio, paga la platea, palco o lo que sea (y siente orgullo de eso);  compra la camiseta, gorro, pelota… O sea, invierte tiempo, sentimiento y guita. Como respuesta recibe que: todo tiene que pagarlo, quizá algo más barato, pero tiene que pagar; una gran parte de esa guita, va a la barrabrava; que los jugadores hacen lo que su bolsillo manda (los jugadores TRABAJAN de jugadores, no son hinchas) e, incluso, son capaces de complotar contra alquien del club, aunque eso implique unos resultados horribles y que le generan al hincha unos sentimientos de gran pena.
Veo a los fanáticos de distintos artistas siguiéndolos a todas partes, pagando lo que sea por ir a verlos y recibiendo sólo eso: una vista. Cualquier trato especial que se reciba estuvo precedido de la compra correspondiente, si no, todo es distante.
Veo las actitudes y no consigo entenderlas. Tampoco importa si la entiendo o no, porque lo que justifica todo esto, parece, es la pasión, el apasionamiento, el fanatismo…  Y son cuestiones ajenas, no mías.
¿Qué me pasa a mí con esto?
Para empezar no tengo ídolos. No creo en los ídolos. Los ídolos, según mi óptica, no existen. Los ídolos siguen siendo personas. Pueden hacer o decir grandes cosas, pero eso no los enaltece más allá de aquello que hicieron o dijeron. Pero siguen siendo personas que hacen cosas buenas y malas; lindas y feas; que tienen aciertos y desaciertos. Son personas. Y por tanto, falibles y perfectibles.
Cuando algo me gusta, me quedo con eso y no con quien lo hizo, protagonizó, interpretó o lo que sea. Me quedo con la cosa, no con el responsable. Y la explicación es la misma que la anterior: se trata de una persona.
El idealismo (http://lema.rae.es/drae/?val=idealizar) lo enfoco en otras cosas y quizá en otras personas pero que conozco y son parte de mis entornos. Fuera de mi entorno, de máxima, admiración. Esta cuestión no me pone en ningún lugar, excepto, que me corre de la posibilidad de creer desmedidamente en alguien, excepto que forme parte de mis círculos.
Como sobrevuelo una extraña zona gris, veo actitudes “fanáticas” poco agradables que quedan en un terreno de aceptación que, la mayoría de las ocasiones, me sorprende. No siempre para mejor. Pero sí me sorprende. Leer, escuchar o ver a algunos fanáticos deseándoles  cosas horribles a otros fanáticos sólo porque son fanáticos de cosas opuestas y justificando la acción, me sorprende. Y mucho más cuando critican en otros la misma actitud, y muchas veces en la misma situación.
Y nadie, en general, se detiene a observarse. Pero si a criticar a otros que hacen eso mismo. ¡En fin!, parte de nuestra forma de ser.
Esta situación de maltrato de unos con otros, particularmente, me duele. No me molesta, me duele, me genera bastante angustia ver que unos buscan destrozar a otros. Y que tanta animalidad es tolerada y aceptada. A mí, particularmente, me duele, me angustia, me preocupa… No me gusta nada y me gustaría que dejáramos de justificarla. Después todo el mundo habla de la violencia de los demás, pero ¿qué pasa con la que cada uno aporta?, ¿no deberíamos tratar de ser más responsables con nuestras actitudes?, ¿qué le transmitimos a nuestros hijos con nuestros actos?
Y de todo SIEMPRE es responsable el otro, y si reaccionamos de tal o cual modo, “la culpa” es del otro por hacer, no hacer, decir, no decir…
Todo esto me hace acordar al supuesto chiste de los zapatos embarrados: dependiendo de quien los lleve puestos, es la interpretación que los demás hacen.
Aunque todos sabemos que así funciona, que cada uno entiende lo que puede con lo que tiene, que la objetividad es un gran deseo y muy poco alcanzable, todo el mundo se proclama el adalid de la objetividad, cuando apenas si pueden asomar de la subjetividad… 
Ser subjetivo es una condición humana. 
Ser necio es un problema.

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