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domingo, 17 de marzo de 2013

En camino al medio siglo, mejor empiezo a escribir mientras me acuerdo...

Nací un 24 de septiembre de 1963 a las 7:25. Dicen que en la Clínica Olivos, en Olivos, pero mi partida de nacimiento dice que en Belgrano, en Moldes 1855, en Capital. Coincide con que mi viejo sostenía que los trámites eran más fáciles en Capital Federal, por lo tanto, eso justificaría el dato.
Crecí en Munro, un barrio del partido de Vicente López, en la zona norte de la Provincia de Buenos Aires. Mi lugar dentro de Munro, fue una casa ubicada en una cuadra inusualmente larga, y a tres cuadras del fin (o del comienzo) de aquel partido bonaerense.


Aquella casa albergó a una familia de cinco integrantes: papá, mamá, el primogénito, el del medio, y el gurrumín. La familia se extendía (por orden de interacción) a mi abuela materna, mi tía materna, mi tío paterno y su esposa, mi tía paterna y su esposo.
En esa casa también tuve perros, algunos pájaros enjaulados, dos tortugas ¿fugadas?, algún conejo del que nunca supe su destino final y del que cuentan haberme visto comiendo su caca... Casi, casi, una familia normal.
En aquella vida vivida en los confines del barrio de Munro hubo, también, amigos, compañeros de colegios, vecinos, conocidos... Mi calle, Gobernador Emilio Castro, estaba asfaltada, pero su continuación al 3200 y San Juan, la de la esquina, no. Esto me permitió, por segunda vez en pocos años, ver el asfaltado de una calle: armado del obrador, organización de las tareas... También fui testigo de que los vecinos compraran las luces de mercurio, pude ver su instalación (la empresa se llamaba Yavirú) y participar de los festejos por la nueva iluminación. Para algunos vecinos se acababa la posibilidad de ver claramente las estrellas y los satélites, situación que con algo más de esfuerzo, seguimos haciendo. También vi llegar el agua corriente (teníamos bombeador), las cloacas (teníamos pozo ciego), y el gas "natural", ya que teníamos tubos (algo como una mega garrafa de 50 Kg. de gas envasado).
Los juegos eran simples: en la calle, bicicleta, algunos piedrazos, cartings a rulemanes, algunos juguetes inventados con tarros y corchos, partidos de paleta, barro, muchos cochecitos de colección, escondidas, veinte, verdad consecuencia, guitarreadas, baldazos en carnaval. Nunca tuve una honda, u hondera, como algunos le decían, pero sí me hacía unos cañones con un rulero y la parte ancha de un globo, usando como munición unas bolitas de un árbol. Jugábamos a las bolitas, tinenti, rayuela´ mancha... Y de más grandes, hacíamos asaltos.
Entre veintitres y veinticuatro años, de los veinticinco que viví "en familia", los viví ahí.
Un período de entre uno o dos años, a mis cuatro o cinco, lo viví en la casa de mis abuelos paternos, en la calle Antonio Malaver (cuyos zanjones con sapos y renacuajos incluídos, sucumbieron en nombre del progreso bajo un espeso asfaltado), entre Gervasio Posadas y Cornelio Saavedra.

Justo enfrente estaba (y sigue estando) el club Colegiales.

Mientras vivía ahí, tuve mi primera experiencia educativa: hice el jardín de infantes en un colegio religioso, del que un día llegué diciendo "quiero ser cura".


Viviendo ahí vi llegar al hombre a la luna (o una parodia, no lo sé) el 21/07/1969 y lo vi al Topo Gigio despedirse porque se volvía a Italia. Esta etapa fue muy pintoresca, por decirlo de algún modo. La casa de mis abuelos tenía gallinero, así que participábamos de su crianza: comprábamos afrechillo (lo que hoy es salvado y comemos, antes se le daba a las gallinas) en la carbonería "de la vuelta", tuvimos a Cocolicha, una gallina que reconocía su nombre y que nos esperaba todas las mañanas en la puerta de la cocina. Más de una vez cavamos para darle las lombrices en el pico. A Cocolicha no le gustaba que el gallo "la pisara" entonces cada vez que ocurría, ella corría por todo el gallinero cacareando a lo loco y nosotros íbamos a apedrear al violador y a rescatarla. Cocolicha nos seguía por todos lados y era una fabulosa madre sustituta: mi vieja compraba pollitos, los ponía en una caja y le decía "Cocolicha, cuidalos bien, ¡eh!"; y ella se metía en la caja y los cuidaba. Cocolicha era la única que nos daba huevos de doble yema. También tuvimos a Cocoliera, pero nos picaba y actuaba como toda gallina. Un día, al violador le llegó el momento de convertirse en alimento familiar (o se convirtió en alimento para proteger a Cocolicha, no sé). Mi viejo lo agarró, le acomodó el cogote sobre un taco de madera y... vivimos la experiencia más desagradable sobre una decapitación: mientras su cabecita estaba en el suelo, al lado del taco de madera, a mi viejo se le escapó el bicho que así, decapitado, dio un par de pasos y cayó. No fue una cena agradable. Mi viejo tenía la costumbre de ir al gallinero, agarrar un huevo, agujerearlo en cada extremo y chupar la yema y la clara. Una vez, entre todas las que fui con él, me convidó. Todavía me acuerdo del asco que me produjo la clara. Con los huevos frescos se hacía un batido que, parece, era "puro alimento": huevo, azúcar y algo de vino. Teníamos parra, un árbol de granadas al que nos trepábamos para comer las frutas, pero de a uno; también un árbol de quinotos, al que nos subíamos pero en banda, y varios otros silvestres como una mandarina, que tenía unas espinas inmensas y que se encargaron de alguna pelota de fútbol de mi hermano. También había algunas flores, entre ellas, calas, en la que metí un dedo y salió caminando una araña horrible. El barrio tenía un almacén que se parecía a una pulpería y todo se vendía suelto, te lo ponían en papel blanco y te lo cerraban con algo parecido a un repulgo, el fiambre se cortaba a mano, aunque después llegó la cortadora a manija, siempre había "yapa", tenía las carameleras siempre llenas y siempre que compraba un jabón en barra, me lo iba comiendo hasta llegar a mi casa. Me acuerdo de haber tenido dos amigos: Ricky y Alfredo, con el que íbamos al mismo jardín y no nos llevábamos nada bien. Todo esto, también fue en Munro.
Y cerca de mis veinticinco, me mudé al departamento que había alquilado cinco meses antes de casarme, también en Vicente López, pero en Florida.

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